miércoles, noviembre 09, 2005

yo nado (poco)

Hay veces en las que, sintiéndome ágil como una sardina y veloz como un pez-tortuga, nadando por mi calle atestada de aspirantes frustrados al título mundial de nadador-chulito, me pongo a pensar en cómo debe ser la vida de uno de los grandes monstruos de la natación contemporánea. Claro, los dos primeros nombres que me vienen a la cabeza son el elegantísimo Ian Thorpe, revestido por esa aura de enviado por los dioses a reventar todos los récords del mundo, y el bestial Micahel Phelps, permanentemente enganchado a su i-pod y adicto a las hamburguesas dobles.





Las diferencias entre ambos, empezando por las especialidades en las que nada cada uno son bastante trascendentes: Thorpe parece haberse rendido a los encantos de su vida como celebridad, ha rebajado su nivel de exigencia y, desde hace dos años, ya no es el torpedo inalcanzable que durante una temporada gobernó implacable sobre las piscinas del planeta. Además, es coleccionista de arte contemporáneo, tiene amigos célebres en plan top models, atletas famosos y cantantes de grupos de rock tipo U2, anuncia ropa interior y transmite esa imagen de haber sido sacado de una exposición sobre escultura griega del siglo IV A.C. Phelps, el chico del barrio, es un tipo rudo. Su idea del glamour pasa por el burguer king más cercano a su casa, no muestra ningún tipo de interés por todo aquello que no lleve cloro y vive las veinticuatro horas del día dedicado a su profesión. Sin embargo, Phelps se ha atrevido a desafiar a casi todos sus rivales en especialidades que no son las suyas: eso lo hace estar un peldaño por encima de Thorpe. Ha ambicionado todo, y, gloriosamente, ha sido derrotado por los especialistas de aquellas pruebas para las que no está dotado naturalmente. Quizás Thorpe parezca un dios, pero Phelps, empeñado en llegar hasta el tope de sus posibilidades en cualquier circunstancia ha conseguido dotar de un plus de épica a sus hazañas (incluidas las frustradas). Y el deporte, sin esa épica, sin osadía ni atrevimiento, es puro trámite administrativo transformado en esfuerzo físico.

(En todo eso pienso, mientras, boca arriba, tragando agua por todos los orificios de mi cabeza, me empeño en nadar de espaldas pese a mi incapacidad natural para ello.)