domingo, noviembre 13, 2005

noche de fiesta

Ganó España. 5 a 1 a un rival de medio pelo, a una selección birriosa que, durante medio partido dio la impresión de que pasaría dificultades ante equipos de la liga española de segunda división B. Sin embargo, bajo un resultado tan aseado, tan pulcro, tan de selección de primer nivel frente a selección menor, se oculta una historia que tuvo tres fragmentos bien definidos, casi inconexos entre sí. Durante los primeros cuarenta y cinco minutos la selección española jugó con soltura, libre de la ansiedad y el agarrotamiento que esta clase de compromisos genera de manera endémica en ella. La fluidez en el manejo del balón desde la línea de medio campo (inmenso Xavi), las galopadas por las bandas (en especial las de Reyes), la paciencia con la que tejían arriba las jugadas Luis García, Raúl y Torres, y una defensa bien armada desde el círculo central hasta llegar a Casillas, hicieron que a los veinticinco minutos todo apuntase a una victoria cómoda gracias a los dos goles del citado Luis García. Sin embargo, España desperdició hasta tres ocasiones clarísimas de gol: tuvo la oportunidad de rematar a una selección que jugaba al fútbol como lo harían los odiosos chiquiprecios de los anuncios, sin consistencia alguna, con las líneas de juego totalmente desconectadas entre sí, concediendo espacios y moviéndose a rastras por el campo. Semejante generosidad por la parte española dejaba la puerta abierta a que alguna jugada desgraciada complicase las cosas. Y así fue. Al comenzar la segunda parte se vio otra Eslovaquia sobre el campo. Reduciendo las distancias entre líneas, cerrando mejor las líneas de pase españolas y ejerciendo mayor presión sobre sus jugadores clave, de pronto España entró en barrena: empezó a embarullarse y a no ser capaz de abrir huecos, comenzó a sentir el sudor frío que suponíamos superado y, en una jugada absolutamente intrascendente, Luis García en el minuto cuatro regaló un balón delante de la portería de Casillas a Vittek que, además de acercarlos en el marcador cayó como un torpedo sobre la línea de flotación de la autoestima de la selección española. Los siguientes diez minutos supusieron una inversión de las tornas: Eslovaquia, envalentonada y jugando con un mínimo criterio, se echó arriba, se metió en el partido y puso al borde del pánico a los españoles. Cuando el partido estaba en esa clase de impasse que por lo general acaba en desastre, se produjo un giro inesperado: una mano absurda del defensa Kratochvil supuso la expulsión de su compañero Had por protestar y el tercer gol de España al transformar Torres el penalty consiguiente. A partir de ahí Eslovaquia se vino abajo de manera irreversible y entregó el partido sin condiciones. Marcó Luis García el cuarto, entraron Vicente y Morientes, marcó este el quinto tras un pase magnífico del propio Vicente (el portero eslovaco, por cierto, un amigo) y, al final, todos felices.

A la espera del partido de vuelta, un mero trámite tras este resultado, uno se pregunta a qué venía tanta prevención con un equipo como el eslovaco. Con un fútbol primario, sin jugadores que marquen diferencias, lentos, robustos pero no demasiado espabilados: ¿este era el equipo por el que había que tener tanto respeto? Claro que, tras la patética fase de clasificación hecha hasta ahora, España debería respetar hasta a la selección de casados de mi barrio. En fin. Ya veremos hasta donde llega este equipo en el mundial. De entrada, si por un casual se lesionasen Xavi o Raúl, íbamos a ver hasta que punto se haría el ridículo.

(Me dejo en el tintero dos preguntas: ¿qué le ha hecho Guti a Luis Aragonés? y ¿qué ha hecho Joaquín peor que Vicente? ¿por qué ha castigado a uno sí y a otro no si los dos jugaron igual de mal durante toda la fase de clasificación?)